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sábado, 7 de agosto de 2010

Me contaron - Parte 4



A veces pienso que lo que se escribe adquiere como una permanencia, como un estado de verdad inalterable. Lo que se dice no tiene esa cualidad, porque nunca se recuerdan del todo las palabras exactas con las que uno dijo algo, o lo que se escuchó. Es ver las letras que hacen las palabras que hacen que lo dicho por escrito sea para siempre, imborrable.


Por eso no quiero escribir ni una palabra de todo esto. Tengo terror. Si toda esta nube de delirio se convierte en algo verdadero no sé qué voy a hacer. Peleo para ir en contra de la verdad que es todo esto que pasa. Si lo escribo no es para adjudicarle un sentido más allá de lo que es (¿y qué era?) sino para tenerlo todo ordenado, clasificado. Tenerlo todo organizado y leerlo y ver si así logro entender algo de todo esto que me pasa por encima.

No tengo idea de cómo ni cuándo empezó. Aunque todos tenemos designado un día en el que llegamos al mundo y tal vez –por mera coincidencia- podríamos decir que fue en ese mismo momento, y que gradualmente todo se fue convirtiendo en esto que es y que sigue siendo, que vengo a ser yo.

Hoy sí dije la verdad pero fue raro porque no me costó tanto como pensé.

Y me gustó. Y me sentí bien.

Todavía me queda una oportunidad para ser sincera. Y la agradezco. Y no quiero arruinar todo como siempre con este talento para la exageración.

Hubiera preferido agarrarte de los pelos, darte un cachetazo o un beso y gritarte todo. Pero no. Me escondí en la cobardía (y no tanto) de la palabra escrita.

Y lo dije. Y vos no dijiste nada. (una vez más)

Pero esta vez no me importa, porque yo sí pude. Y no voy a seguir dándote excusas. Y no me interesa que vos las tengas. Yo tengo la llave de mi puerta. La agarro con firmeza. No la suelto.

Vos quedas del otro lado, buscando algo en los bolsillos y no hay nada.

Pero yo tengo mi llave. Y entro.

Vos no.

Y no me pone triste. Ya no me importa.

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