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martes, 10 de agosto de 2010

Extracción

“No se trata de ser valiente. A lo mejor es incluso al revés. Porque lo que da más miedo es estar esperando y no hacer nada. Da mucho más miedo eso que salir a matar dragones.”

                                                                                                   Belén Gopegui – Deseo de ser punk


Como tantas otras veces, el procedimiento sería simple y rápido.

Lo había descubierto esa mañana de ese domingo, al asumir que el pánico ya lo dominaba todo. Se extendía, se expandía, se esparcía como un líquido inmundo sobre una alfombra nueva.

Cada vez que le sacaban sangre lo sentía. Sentía cómo ese “líquido vital” se le escapaba y le faltaba para seguir como siempre. Después de algunos días iba volviendo a una normalidad.



Llamó para pedir un turno. Lunes a las siete de la mañana en ayunas.



Atravesó una puerta corrediza y se sentó en una camilla en uno de los cubículos ínfimos. La camilla apretada junto a una mesita apretada contra la pared. Sin ventana. Sin aire.

La mesita exhibía orgullosa tubos llenos de sangre de otros (que la habían dejado ahí para seguir su camino un poco más livianos, un poco más vacíos)

La mujer con cara de domadora de leones no se hizo esperar, hasta parecía disfrutar de la escena y de esos ojos de ciervo apaleado (o plantita pisoteada) que la miraban rogándole alguna señal de tranquilidad. Nada.

Estiró el brazo como siempre. La mujer dijo que no era el brazo lo que buscaba y en un movimiento demasiado brusco le giró la cabeza y le levantó el pelo.

La aguja finísima, eterna, tuvo ese mismo efecto de siempre. El cuerpo se paralizó y quedó a la espera, en alerta, cerrado por reformas.

Sintió el pinchazo helado ahí en el punto donde la cabeza se une al cuello y el líquido brotó furioso. (Durante un tiempo que pareció estático.)

Se iba liberando, aflojando.

Cerró los ojos con fuerza y los abrió cuando la mujer retiraba –mejor dicho, arrancaba- la aguja.

No quiso verlo pero lo imaginó: un líquido gris espeso, como el de las lámparas de lava pero siniestro.

A pesar de todo le sonrió a la mujer, que ya esperaba a su próxima víctima, y salió despacio, sin mirar nada ni a nadie.


Y de nuevo, otra sonrisa.


Sí, era cierto. Ya no tenía miedo.

2 comentarios:

Juanma dijo...

Holaaaaaaa tanto tiempo! Gracias por visitarme! Y sí, Ernesto Ugarte se fue, lo acompañé hasta el vagón y se fue, ja.
Me uno a las tuyas y tuyos.
Qué gratificante re-encuentro!
Juanma.

Anónimo dijo...

Me gusta la metáfora que encontraste para hablar del miedo y las descripiciones que haces son muy detallistas, nos hacen imaginar la escena de una manera muy cercana. Te felicito por este relato!

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