No sé qué hice. Ya no voy a saberlo.
Pero me precipité en romper contra un paredón, gran puerta de hierro, sin tener ni un mínimo de cuidado.
Adelantarse. Dejarse llevar. Creer en todas y cada una de las mentiras de taxi. Pensar que había encontrado mi final feliz. Y no.
Es que no puede llegar el final si antes no hay un principio.
Nada había comenzado, y yo -hormiguita viajera, Ana de la pradera, siempre descalza- quise creer en un parasiempre.
Y que fuera con luces y aplausos de pie.
No era así que termina.
Algo que nunca empezó.
1 comentario:
uf esto me identifica mucho, mas que mucho diria.
y si es muy real que no hay un final si nada empieza al fin.
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